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Por.- César Lescano Gavidia.- A propósito de una entrevista que realicé a una especialista en el tema de emprendedorismo, la actual Decana de la Facultad de Ciencias Empresariales de la UCV, Rosa Moreno Rodríguez, me nació una interrogante la cual fue muy bien respondida por la catedrática; ¿Puede una institución educativa, en este caso una universidad, enseñar a emprender?. En realidad, creo que las carreras relacionadas con el ámbito empresarial viene realizando un esfuerzo, pero no por enseñar a emprender, de lo contrario sirven como vínculo para estimular y promover entre los alumnos que cursan estudios de las diferentes carreras, principalmente industrial, administración, marketing, contabilidad, etc.
El desarrollo del espíritu emprendedor empresarial. A tal efecto la Universidad pretende dar respuesta a la demanda de profesionales con una preparación integral y una actitud emprendedora, que puedan afrontar con éxito el reto de crear y desarrollar sus propias empresas, en un mercado globalizado, dominado por corporativos y transnacionales.Todos estos conceptos y definiciones llevaron a mi memoria la principal función de una universidad. Uno no muy lejano el del constitucionalista, Sigifredo Orbegoso Venegas, Rector de la UCV, quien en sus discursos habla sobre que la Universidad siempre se ha distinguido por ser la academia donde se gesta la élite intelectual, cuyos mejores representantes serán la vanguardia del desarrollo, que en su máxima expresión supone la dirección del liderazgo social.
Entonces como ente del saber, la academia del conocimiento multidisciplinar orientada a un fin común, tiene como función la formación integral del ser humano, pero además conlleva la responsabilidad de ofrecer las soluciones que demanda el desarrollo de la sociedad en la que se integra y de la que se nutre. El problema es que a veces, como ha sucedido en innumerables momentos a lo largo de la historia, la sociedad genera su propia crisis existencial, extendiendo ésta a las instituciones que la integran. Ante esta situación, y parafraseando las palabras de Jorge Luís Borges “cuando la llamada crisis no sólo forma parte de nuestra cotidianidad, sino que también la va configurando, puede uno preguntarse sobre los modos de solventarla, superarla o, como alguien decía, obtener "luz de la unánime turbulencia". ¿Dónde encontrar esa lámpara que en su vigilia muchas veces molesta durante la noche?”.
Es precisamente la Universidad, que sin dejar de lado la ciencia y la cultura, como dijera Ortega y Gasset, ofrezca la necesaria luz que de claridad frente “la unánime turbulencia” en la que vive la sociedad. Esa luz clarificadora se obtiene del espíritu inspirador de la labor académica, identificativo de la universalidad de conocimientos que difunde, y que la obliga a participar –por vocación propia- y a ser partícipe –por exigencia social-, en las estrategias, nuevas por necesarias e innovadoras, para que la sociedad garantice el necesario bienestar al que aspiran sus ciudadanos, de acuerdo a los requerimientos de los tiempos actuales.
Pero el caso es hablar sobre el espíritu emprendedor, el cual inmediatamente lo asociamos con la idea del trabajo constante y permanente innovador, capaz de transformar o crear cosas útiles y beneficiosas para la sociedad, pero que además entraña dificultad cuando no riesgo; cosas que de normal, equivalen a mayores niveles de bienestar; bienestar que se traduce en un mayor poder económico.Y así, frente a un Estado incapaz por sí mismo, de generar la suficiente riqueza que permita desarrollar y sostener con éxito una Política Común del Bienestar Social, la Universidad, -en la parte que le corresponde- viene asumiendo la responsabilidad de capacitar a los integrantes de su sociedad para que éstos a su vez, puedan crear la suficiente riqueza para sí mismos y para sus coetáneos.
En la medida que se alcance este objetivo, se favorecerá un desarrollo sostenido a través de la iniciativa privada, entendida ésta no por grandes corporativos o transnacionales, sino por una infantería de emprendedores individuales, tal como define Moreno Rodríguez, “aquellos empresarios tiene un techo”. Ahora en la Universidad César Vallejo, se asume el reto de concentrarse en formar profesionales con visión empresarial y que sean parte de los programas de formación y asesoramiento para formar empresarios y así lograr contribuir a la creación de una nueva cultura emprendedora y empresarial en los participantes, para fomentar el surgimiento y desarrollo de empresas eficientes y competitivas, con ética y responsabilidad social, y que sean motores del desarrollo regional mediante la creación de nuevas fuentes de trabajo y el autoempleo.
La formación de emprendedores consiste en proporcionar a los estudiantes un ambiente de aprendizaje en el cual el emprendedor se desarrolle, recibiendo determinados conocimientos, usando las metodologías de enseñanza-aprendizaje adecuadas, estableciendo relaciones académicas-productivas con empresarios de reconocida capacidad, y recibiendo asesorías de expertos en el tema. Los estudiantes participantes deberán trabajar en proyectos empresariales orientados en la realización de productos o servicios innovadores, o cuya realización implicase la ejecución de procesos innovadores con ciertos atributos tecnológicos o que no fueran fácilmente reproducibles (esta característica le daría mayores posibilidades al proyecto empresarial).
La Universidad César Vallejo ya trabaja en mejorar este nuevo modelo educativo y buscar que cubra los conocimientos académicos de los estudiantes y su interrelación con el sector productivo, para que las próximas generaciones tengan mejores oportunidades, así como una mentalidad emprendedora que deberá estar basada en la calidad, eficiencia y competitividad, asimismo con valores humanos como son la ética, el compromiso y la cooperación para que se tenga un mejor desarrollo económico e industrial a nivel nacional. Con lo cual la UCV cumplirá satisfactoriamente la misión de formar integralmente a sus estudiantes para beneficio de la sociedad.
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