Hoy recordaba el momento cuando por primera vez leía los versos de Piedra Negra, Sobre Piedra Blanca. Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París -y no me corro- tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. Profecía Vallejiana.
Han pasado 71 años de su muerte y este 15 de abril volveremos a recordar la intensidad de sus escrituras, de sus párrafos, sus frases, sus versos. Llenos de magnitud y altura evocados por los Heraldos Negros, regresando a Santiago a jugar con los Dados Eternos y buscar el Pan Nuestro de cada día sumergidos entre el Dolor y el Placer por la violencia de las horas.
Jorge Díaz Herrera, autor del libro “El Placer de Leer a Vallejo en Zapatillas”, durante su presentación dijo cosas interesantes tal y como las que trataré de narrar en lo siguiente.
Nosotros conocemos a un Vallejo que se ganó la fama gratuita de ser un poeta pobre, triste y desdichado. Un hombre compungido y el más golpeado por el dolor humano, gracias a temáticas tan recurrentes como la nostalgia, el sufrimiento, el dolor, la injusticia y la angustia frente a la muerte; justamente, porque ningún poeta descifró con tal intensidad e impactante carga emocional esos trances de la vida en sus versos, llegando a provocar en el lector sensaciones insoportables debido a la excesiva carga humana.
Vallejo fue mucho más que eso. Nuestro poeta universal, como cualquier humano, también respiró y se dio tiempo para disfrutar de la buena vida, de ciertos lujos y del humor fino, tal como lo demuestra en muchas de sus poesías
¿Quién más como los amigos para contar ricas e interesantes anécdotas sobre Vallejo?, sostiene Díaz Herrera. Efectivamente, Macedonio de La Torre contaba por ejemplo, que su amigo solía vestir casi siempre de terno plomo, traje con el que lo conocían sus amigos; pero una vez el poeta apareció de terno negro.
¿Estás de duelo?, le preguntó Macedonio y Vallejo le respondió que evidentemente estaba vistiendo duelo por la muerte de su traje plomo.
Díaz Herrera evoca a Alfonso de Silva, músico peruano que compartió gran amistad con el poeta y a quien Vallejo le dedicó una hermosa elegía. Él contaba que sus primeros tiempos en París fueron difíciles. Alfonso tocaba el violín en un restaurante, para ganarse propinas. Conforme lo acordado, Vallejo solía ir por él a las horas acordadas y, por lo general, el músico salía a decirle que se diera una vueltecita más, pues era aún poco lo recaudado.
Finalmente, César y Alfonso concluían instalándose en un decoroso restaurante y pedían un considerable aperitivo hasta agotar las propinas recibidas. Vallejo solía exclamar irónicamente: “¡Qué suerte la nuestra. Tener para abrir el apetito y no para cerrarlo!”. Es decir, Vallejo se reía de la propia vida.
Díaz Herrera recuerda al Vallejo profesor cuando dictaba clases a sus alumnitos de Barranco. En esos días, se ganó entre sus colegas la fama de loco, debido a sus largos silencios y a sus singulares modos de dar clase. Una tarde, en la sala de profesores se hundió en una profunda e inquietante reflexión, a tal punto que uno de los maestros fue a consolarlo:
- ¿Le sucede algo, señor Vallejo?
- Estoy muy preocupado. Muy preocupado, le respondió.
- Pero ¿Cuál es el problema?
- Estoy pensando en la empresa que montaré con un socio exigente.
¿En qué consiste?
- Pensamos en sembrar arroz con pato.
El autor de “Pata de Perro” menciona entre líneas que en la poesía de Vallejo existen versos que, conviviendo incluso con la estirpe dolorosa que los sostiene, éstos siempre están envueltos en una irónica ternura y un sentido del humor personalísimo.
Pero, además del dolor, el sufrimiento y por último, el humor, Vallejo jamás abandonó en su poseía el lenguaje familiar, coloquial, sino que lo transfiguró a la más alta categoría estética, universalizando su habla ancestral y su entorno expresivo más íntimo. La nutriente materna, las palabras del hogar, el habla regional permanecen engrandecidas en los versos del poeta.
Han pasado 71 años de su muerte y este 15 de abril volveremos a recordar la intensidad de sus escrituras, de sus párrafos, sus frases, sus versos. Llenos de magnitud y altura evocados por los Heraldos Negros, regresando a Santiago a jugar con los Dados Eternos y buscar el Pan Nuestro de cada día sumergidos entre el Dolor y el Placer por la violencia de las horas.
Jorge Díaz Herrera, autor del libro “El Placer de Leer a Vallejo en Zapatillas”, durante su presentación dijo cosas interesantes tal y como las que trataré de narrar en lo siguiente.
Nosotros conocemos a un Vallejo que se ganó la fama gratuita de ser un poeta pobre, triste y desdichado. Un hombre compungido y el más golpeado por el dolor humano, gracias a temáticas tan recurrentes como la nostalgia, el sufrimiento, el dolor, la injusticia y la angustia frente a la muerte; justamente, porque ningún poeta descifró con tal intensidad e impactante carga emocional esos trances de la vida en sus versos, llegando a provocar en el lector sensaciones insoportables debido a la excesiva carga humana.
Vallejo fue mucho más que eso. Nuestro poeta universal, como cualquier humano, también respiró y se dio tiempo para disfrutar de la buena vida, de ciertos lujos y del humor fino, tal como lo demuestra en muchas de sus poesías
¿Quién más como los amigos para contar ricas e interesantes anécdotas sobre Vallejo?, sostiene Díaz Herrera. Efectivamente, Macedonio de La Torre contaba por ejemplo, que su amigo solía vestir casi siempre de terno plomo, traje con el que lo conocían sus amigos; pero una vez el poeta apareció de terno negro.
¿Estás de duelo?, le preguntó Macedonio y Vallejo le respondió que evidentemente estaba vistiendo duelo por la muerte de su traje plomo.
Díaz Herrera evoca a Alfonso de Silva, músico peruano que compartió gran amistad con el poeta y a quien Vallejo le dedicó una hermosa elegía. Él contaba que sus primeros tiempos en París fueron difíciles. Alfonso tocaba el violín en un restaurante, para ganarse propinas. Conforme lo acordado, Vallejo solía ir por él a las horas acordadas y, por lo general, el músico salía a decirle que se diera una vueltecita más, pues era aún poco lo recaudado.
Finalmente, César y Alfonso concluían instalándose en un decoroso restaurante y pedían un considerable aperitivo hasta agotar las propinas recibidas. Vallejo solía exclamar irónicamente: “¡Qué suerte la nuestra. Tener para abrir el apetito y no para cerrarlo!”. Es decir, Vallejo se reía de la propia vida.
Díaz Herrera recuerda al Vallejo profesor cuando dictaba clases a sus alumnitos de Barranco. En esos días, se ganó entre sus colegas la fama de loco, debido a sus largos silencios y a sus singulares modos de dar clase. Una tarde, en la sala de profesores se hundió en una profunda e inquietante reflexión, a tal punto que uno de los maestros fue a consolarlo:
- ¿Le sucede algo, señor Vallejo?
- Estoy muy preocupado. Muy preocupado, le respondió.
- Pero ¿Cuál es el problema?
- Estoy pensando en la empresa que montaré con un socio exigente.
¿En qué consiste?
- Pensamos en sembrar arroz con pato.
El autor de “Pata de Perro” menciona entre líneas que en la poesía de Vallejo existen versos que, conviviendo incluso con la estirpe dolorosa que los sostiene, éstos siempre están envueltos en una irónica ternura y un sentido del humor personalísimo.
Pero, además del dolor, el sufrimiento y por último, el humor, Vallejo jamás abandonó en su poseía el lenguaje familiar, coloquial, sino que lo transfiguró a la más alta categoría estética, universalizando su habla ancestral y su entorno expresivo más íntimo. La nutriente materna, las palabras del hogar, el habla regional permanecen engrandecidas en los versos del poeta.
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