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Gracias Ricardo, por contarme tus aventuras.
Por: César Lescano G.- Nunca había visto nada del mundo…siempre estuve cegado por la maldita naturaleza. Al despertar esa mañana fue algo parecido a cuando después de estar años encerrado en la más oscura oscuridad, de pronto, un rayo de luz viene a derrumbar ese muro que te encarcela, y te ciega.... pero, esta vez hacia el otro lado.... volviéndote a la claridad, a las formas individuales y delineadas, llenas de luz. Si, esa mañana abrí mis ojos y vi. Algo común para todo el mundo, salvo para un ciego como yo, dependiente de algún caritativo lazarillo y de un bastón.
La realidad por fin se me aparecía por otro medio que no fuera el tacto, el oído o mi imaginación..... Podía ver..... Ahí estaba mi ropa y mi bastón, la cama, la ventana con sus cortinas y un espejo. ¡Ah ¡ si, un espejo, un espejo en el cual pude verme por primera vez en tantos miserables años, mientras veía que mi rostro se iba reflejando en él como si fuera una copia de mí mismo.
Ese era yo. Por primera vez veía mi nariz puntiaguda y mis ojos por tantos años vacíos y sin vida. Descubrí también que mi piel era blanca, como decían mis padres, mi boca de labios pequeños y rosados.
Me toqué la cara, me pasé los dedos por las mejillas y terminé investigando mis orejas con curiosidad.
Tanto era, que sin poder contener mi júbilo, comencé a llorar... y vi esas lágrimas salir de mis ojos y correr por mis mejillas, era un emoción comprensible.
Luego me puse la ropa abrochando uno a uno sus botones de memoria, entretanto mis ojos recorrían sin cesar la habitación y escudriñaban sus rincones con la curiosidad de un niño.
Estaba feliz - lo repito - ¿Quién no lo estaría?
Emocionado como estaba salí a caminar y dejé mi bastón, inservible, tirado a los pies de mi cama.
Una vez afuera, en la calle, me arrebaté. Era como si estuviera viendo una película en primera fila. En forma instintiva me tapé los oídos con mis manos para aplacar ese ruido insoportable que emitían los autos, los edificios, la gente, los perros, la electricidad y los aviones. Fue como si la ceguera hubiese tenido controlado el nivel de ruido exterior, y desapareciendo, dejó un lugar por donde el ruido ahora me atrapaba.
No sé, tal vez me sentí mareado, no estoy seguro.
Pero, luego me repuse, pude entonces fijar mí vista de nuevo y continuar avanzando sin problema.
Nunca imaginé que las calles estuvieran tan llenas de letreros. Antes de poder habituarme encontré esa propagación publicitaria grosera e insoportable. Era como si quisieran meterme letras e imágenes por los ojos a la fuerza, y por todos lados. Fue una impresión tenebrosa, por no decir lo menos.
Atravesé las calles sin miedo, mirando hacia todos lados, seguro. Vi las luces rojas. Los autos detenidos.
Llegué hasta un paradero de micros y me entretuve mirando los recorridos escritos arriba del parabrisas delantero. Nadie quiso ayudarme, nadie tuvo piedad de mi.... y eso por Dios, que me hizo sentir confortable.
Subí al micro, ese que me lleva a California, miré a los pasajeros. Indiferentes, sentados, esperaban a que la máquina retomara el movimiento. Elegí mi asiento y viajé con ellos observándolos, de pronto subió un mendigo, recién veía como eran, me dio mucha pena…En ese momento quise volver a ser ese ciego que tan sólo escuchaba…
Una pareja se besaba en el asiento trasero. Acto seguido me fije en los ojos del conductor que se reflejaban en el espejo retrovisor, y un poco más allá me bajé del micro sin tener que preguntarle a nadie dónde es que estábamos, para dirigirme a la casa de Maria Eduarda, mi enamorada.
Toqué el timbre, me abrió, y no pude creerlo.
Estaba más linda que nunca. Jamás la había visto, simplemente recuerdo a mis amigos que me decían: “ciego de mierda, que suerte tienes” Había tocado esos senos, pero poder verlos era algo maravilloso. Imaginé inmediatamente sus pezones. Serían rosaditos, limpios y tiernos. Quise verlos.....Y ella comprendió que yo quería verla desnuda y se quitó la ropa, contenta, divertida. Quería que yo conociera con mis ojos lo que ya conocía con mis dedos. La amé por eso.....Y la miré por todas partes mientras la besaba, entre las piernas, el pubis, en su ombligo, donde yo ya había dejado mi marca con mis lamidos de ciego. Ella no paraba de decir que era increíble.
- Pero, si esto es ¡ increíble ¡
Me preparé yo mismo el café y le serví también uno a ella. Le preparé unas tostadas con mantequilla, y de paso vi una foto mía, con mi bastón y mis lentes oscuros, pegada en uno de los lados del refrigerador.
- ¡Me quiere ¡ - me dije, sonreí.
Por la noche fuimos a meternos a un bar, a petición mía. Quería ver como se veía la gente amontonada divirtiéndose, mirándose unos a otros bajo la luz de una lámpara a medio vuelo. Y quería también conocer la cara de un trago, poder ver ese líquido amargo que a veces me endulzaba el cerebro y las ideas. En realidad quería verlo todo, como ustedes supondrán. Quería divertirme y regalar mis ojos por tanto tiempo enceguecidos...... Había que aprovechar la luz, pero también las tinieblas, que siempre son mucho más claras que la terrible oscuridad.
- ¡ Viva la vida¡ - Grité – Acelerado, mientras escuchaba tocar una banda, conocí a aquellos músicos que tan sólo escuchaba.
Cuando llegamos al bar estaba a media luz. En cada mesa había un nombre de un grupo y una banda de rock amenizaba el ambiente, con música de aquellas épocas, los 80. Nos sentamos, ella pidió una piña colada, yo un vodka.
María no dejaba de mirarme a los ojos y no me soltaba la mano, asombrada como estaba y llena de júbilo.
Dos o tres mesas más allá dos mujeres rubias atrajeron mi atención. Parecían dos ángeles alrededor de una pequeña mesa redonda.
Deslumbrado ante esa belleza, el corazón casi se me salió por la boca. Transpiré y no pude controlar la dirección de mis miradas.
Por: César Lescano G.- Nunca había visto nada del mundo…siempre estuve cegado por la maldita naturaleza. Al despertar esa mañana fue algo parecido a cuando después de estar años encerrado en la más oscura oscuridad, de pronto, un rayo de luz viene a derrumbar ese muro que te encarcela, y te ciega.... pero, esta vez hacia el otro lado.... volviéndote a la claridad, a las formas individuales y delineadas, llenas de luz. Si, esa mañana abrí mis ojos y vi. Algo común para todo el mundo, salvo para un ciego como yo, dependiente de algún caritativo lazarillo y de un bastón.
La realidad por fin se me aparecía por otro medio que no fuera el tacto, el oído o mi imaginación..... Podía ver..... Ahí estaba mi ropa y mi bastón, la cama, la ventana con sus cortinas y un espejo. ¡Ah ¡ si, un espejo, un espejo en el cual pude verme por primera vez en tantos miserables años, mientras veía que mi rostro se iba reflejando en él como si fuera una copia de mí mismo.
Ese era yo. Por primera vez veía mi nariz puntiaguda y mis ojos por tantos años vacíos y sin vida. Descubrí también que mi piel era blanca, como decían mis padres, mi boca de labios pequeños y rosados.
Me toqué la cara, me pasé los dedos por las mejillas y terminé investigando mis orejas con curiosidad.
Tanto era, que sin poder contener mi júbilo, comencé a llorar... y vi esas lágrimas salir de mis ojos y correr por mis mejillas, era un emoción comprensible.
Luego me puse la ropa abrochando uno a uno sus botones de memoria, entretanto mis ojos recorrían sin cesar la habitación y escudriñaban sus rincones con la curiosidad de un niño.
Estaba feliz - lo repito - ¿Quién no lo estaría?
Emocionado como estaba salí a caminar y dejé mi bastón, inservible, tirado a los pies de mi cama.
Una vez afuera, en la calle, me arrebaté. Era como si estuviera viendo una película en primera fila. En forma instintiva me tapé los oídos con mis manos para aplacar ese ruido insoportable que emitían los autos, los edificios, la gente, los perros, la electricidad y los aviones. Fue como si la ceguera hubiese tenido controlado el nivel de ruido exterior, y desapareciendo, dejó un lugar por donde el ruido ahora me atrapaba.
No sé, tal vez me sentí mareado, no estoy seguro.
Pero, luego me repuse, pude entonces fijar mí vista de nuevo y continuar avanzando sin problema.
Nunca imaginé que las calles estuvieran tan llenas de letreros. Antes de poder habituarme encontré esa propagación publicitaria grosera e insoportable. Era como si quisieran meterme letras e imágenes por los ojos a la fuerza, y por todos lados. Fue una impresión tenebrosa, por no decir lo menos.
Atravesé las calles sin miedo, mirando hacia todos lados, seguro. Vi las luces rojas. Los autos detenidos.
Llegué hasta un paradero de micros y me entretuve mirando los recorridos escritos arriba del parabrisas delantero. Nadie quiso ayudarme, nadie tuvo piedad de mi.... y eso por Dios, que me hizo sentir confortable.
Subí al micro, ese que me lleva a California, miré a los pasajeros. Indiferentes, sentados, esperaban a que la máquina retomara el movimiento. Elegí mi asiento y viajé con ellos observándolos, de pronto subió un mendigo, recién veía como eran, me dio mucha pena…En ese momento quise volver a ser ese ciego que tan sólo escuchaba…
Una pareja se besaba en el asiento trasero. Acto seguido me fije en los ojos del conductor que se reflejaban en el espejo retrovisor, y un poco más allá me bajé del micro sin tener que preguntarle a nadie dónde es que estábamos, para dirigirme a la casa de Maria Eduarda, mi enamorada.
Toqué el timbre, me abrió, y no pude creerlo.
Estaba más linda que nunca. Jamás la había visto, simplemente recuerdo a mis amigos que me decían: “ciego de mierda, que suerte tienes” Había tocado esos senos, pero poder verlos era algo maravilloso. Imaginé inmediatamente sus pezones. Serían rosaditos, limpios y tiernos. Quise verlos.....Y ella comprendió que yo quería verla desnuda y se quitó la ropa, contenta, divertida. Quería que yo conociera con mis ojos lo que ya conocía con mis dedos. La amé por eso.....Y la miré por todas partes mientras la besaba, entre las piernas, el pubis, en su ombligo, donde yo ya había dejado mi marca con mis lamidos de ciego. Ella no paraba de decir que era increíble.
- Pero, si esto es ¡ increíble ¡
Me preparé yo mismo el café y le serví también uno a ella. Le preparé unas tostadas con mantequilla, y de paso vi una foto mía, con mi bastón y mis lentes oscuros, pegada en uno de los lados del refrigerador.
- ¡Me quiere ¡ - me dije, sonreí.
Por la noche fuimos a meternos a un bar, a petición mía. Quería ver como se veía la gente amontonada divirtiéndose, mirándose unos a otros bajo la luz de una lámpara a medio vuelo. Y quería también conocer la cara de un trago, poder ver ese líquido amargo que a veces me endulzaba el cerebro y las ideas. En realidad quería verlo todo, como ustedes supondrán. Quería divertirme y regalar mis ojos por tanto tiempo enceguecidos...... Había que aprovechar la luz, pero también las tinieblas, que siempre son mucho más claras que la terrible oscuridad.
- ¡ Viva la vida¡ - Grité – Acelerado, mientras escuchaba tocar una banda, conocí a aquellos músicos que tan sólo escuchaba.
Cuando llegamos al bar estaba a media luz. En cada mesa había un nombre de un grupo y una banda de rock amenizaba el ambiente, con música de aquellas épocas, los 80. Nos sentamos, ella pidió una piña colada, yo un vodka.
María no dejaba de mirarme a los ojos y no me soltaba la mano, asombrada como estaba y llena de júbilo.
Dos o tres mesas más allá dos mujeres rubias atrajeron mi atención. Parecían dos ángeles alrededor de una pequeña mesa redonda.
Deslumbrado ante esa belleza, el corazón casi se me salió por la boca. Transpiré y no pude controlar la dirección de mis miradas.
¡No había visto nunca algo como eso¡ Esas piernas bien contorneadas, unos senos increíbles, no podía ver mas… y el rostro de una de ellas que parecía una verdadera diosa me hicieron babear.... Literalmente.
Tan notorio debe de haber sido que Maria Eduarda se levantó de repente y me dio una cachetada que casi me hizo dar vueltas la cara, y después se fue enojadísima.
Lo que pasó enseguida puede parecer raro. No me importó, la dejé ir, me quedé allí y me acerqué a Patricia, para verla de cerca y conocerla.
No le dije que había sido ciego, ¿ Para qué ?. A ella le gustaron mis miradas y mi espalda, y después de conversar un rato salimos de ese bar, fuimos derecho a un hostal que quedaba por aquella universidad.
Patricia resultó ser una profesional. Pero no me cobró, ni me trató tampoco como a un neto cliente. Porque fue tanto mi apetito por ese cuerpo perfecto, por esas curvas graciosas y tetas exquisitas, que con una extraña e indecible destreza, puse mis dedos en acción.
Un ex ciego puede tener una especie de toque mágico en su tacto, y yo la volví loca...... para el deleite y contemplación de mi lujuria y de mis ojos. El placer ese fue grandioso y es inefable.
Moverme sin impedimentos, compartir como una persona normal y hacerle el amor, más que el amor a una mujer como esa, fue para mí el néctar de los dioses.
Nunca me hubiera imaginado de cuántas cosas entran por la vista. Figuras como la de ella todavía las tengo grabadas. Aunque, - claro- yo me doy cuenta que ellas no son sino terribles demonios vestidos de ángeles de luz. Ignorados completamente por los ciegos, que tienen otros demonios, demonios que tu que estas leyendo, jamás las podrás tener, tu ves todo, yo no veía nada.
Entonces, viendo lo que veía.... no, si lo reconozco...... no lo voy a negar, ni mucho menos desmentirlo.... la belleza de esas mujeres me atrapó.
Entre ellas se pasaron el dato y tuve sin ningún problema perfectas amantes para casi todas las noches del año. Mujeres que se cuidaban con esmero para permanecer siempre bellas y ardientes. Hembras acostumbradas a los hombres, pero que conmigo perdieron el rumbo, se desataron, se extraviaron sin que pudieran contenerse.
A ninguna le dije que había sido ciego ¿ para qué?. No sé si eso les habría agregado algo a su pasión y a su placer.
Me sentí el dueño de todo un harem, el hombre más satisfecho del mundo. Las mujeres me buscaban. Me había convertido en un amante perfecto. Ese era yo.
Hasta que desperté, descendiendo de nuevo a las tinieblas y de allí a la misma antigua y horrible oscuridad. Enrollado entre mis sábanas de ciego, sobre la misma almohada. Con un dolor de cabeza de los mil demonios y con una lágrima invisible que nunca en realidad podría ver.
Si... porque lamentablemente para mi, todo no había sido más que un sueño de ciego, de un pobre ciego que no puede ver....... pero que sueña con hacerlo.
Tan notorio debe de haber sido que Maria Eduarda se levantó de repente y me dio una cachetada que casi me hizo dar vueltas la cara, y después se fue enojadísima.
Lo que pasó enseguida puede parecer raro. No me importó, la dejé ir, me quedé allí y me acerqué a Patricia, para verla de cerca y conocerla.
No le dije que había sido ciego, ¿ Para qué ?. A ella le gustaron mis miradas y mi espalda, y después de conversar un rato salimos de ese bar, fuimos derecho a un hostal que quedaba por aquella universidad.
Patricia resultó ser una profesional. Pero no me cobró, ni me trató tampoco como a un neto cliente. Porque fue tanto mi apetito por ese cuerpo perfecto, por esas curvas graciosas y tetas exquisitas, que con una extraña e indecible destreza, puse mis dedos en acción.
Un ex ciego puede tener una especie de toque mágico en su tacto, y yo la volví loca...... para el deleite y contemplación de mi lujuria y de mis ojos. El placer ese fue grandioso y es inefable.
Moverme sin impedimentos, compartir como una persona normal y hacerle el amor, más que el amor a una mujer como esa, fue para mí el néctar de los dioses.
Nunca me hubiera imaginado de cuántas cosas entran por la vista. Figuras como la de ella todavía las tengo grabadas. Aunque, - claro- yo me doy cuenta que ellas no son sino terribles demonios vestidos de ángeles de luz. Ignorados completamente por los ciegos, que tienen otros demonios, demonios que tu que estas leyendo, jamás las podrás tener, tu ves todo, yo no veía nada.
Entonces, viendo lo que veía.... no, si lo reconozco...... no lo voy a negar, ni mucho menos desmentirlo.... la belleza de esas mujeres me atrapó.
Entre ellas se pasaron el dato y tuve sin ningún problema perfectas amantes para casi todas las noches del año. Mujeres que se cuidaban con esmero para permanecer siempre bellas y ardientes. Hembras acostumbradas a los hombres, pero que conmigo perdieron el rumbo, se desataron, se extraviaron sin que pudieran contenerse.
A ninguna le dije que había sido ciego ¿ para qué?. No sé si eso les habría agregado algo a su pasión y a su placer.
Me sentí el dueño de todo un harem, el hombre más satisfecho del mundo. Las mujeres me buscaban. Me había convertido en un amante perfecto. Ese era yo.
Hasta que desperté, descendiendo de nuevo a las tinieblas y de allí a la misma antigua y horrible oscuridad. Enrollado entre mis sábanas de ciego, sobre la misma almohada. Con un dolor de cabeza de los mil demonios y con una lágrima invisible que nunca en realidad podría ver.
Si... porque lamentablemente para mi, todo no había sido más que un sueño de ciego, de un pobre ciego que no puede ver....... pero que sueña con hacerlo.